viernes, 30 de noviembre de 2007

Maravillas de la cocina universal
Por omar frank maruy

EL HUEVO FRITO

Mi lejana infancia y cercana juventud discurrieron en un hogar japonés, donde mi abuela Sayoko, en su acogedora cocina, preparaba con su sabia mano izquierda (mi abuela era zurda como todo buen cocinero) una infinidad de platillos oriento – peruanos cuyos olores, sabores, texturas y arquitectura inundaron los registros mas sensibles de mi corteza cerebral dotándome de un arsenal de gastronómicos recuerdos que ojalá algún día sea capaz de reproducir, imitar y ofrecer al mundo.

Cuando mi abuela cocinaba, nosotros los nietos diferenciábamos instintivamente lo que era la comida japonesa químicamente pura, de lo que era la comida criolla y también de lo que era la comida de fusión de varias culturas ya que sobre la mesa familiar se servían esos platos al unísono en un apetitoso concierto de sublimes aromas y deliciosas percepciones gustativas

La sapiencia de mi abuela convertía los simples ingredientes del diario cocinar en extraordinarios potajes los que, en la más notable tradición japonesa se presentaban sin excesos barrocos ni estrambóticas salsas que ocultan o disfrazan el verdadero sabor de cada uno de los productos básicos. Para mi abuela la belleza del sabor estaba en la verdad del elemento básico.

De todos esos recuerdos quiero hoy referirme al elemento mas simple, mas concreto, universal y perfecto en su singularidad, entre todos los elementos de la cocina mundial: el huevo de gallina (sí es de Huacho mejor)

En la cocina japonesa de mi abuela el huevo se consumía como TAMAGOYAQUI la extraordinaria tortilla japonesa sazonada con un punto de azúcar y otro punto de sal y que se sirve enrollada para consumirla ya sobre un sofisticado sushi o ya con la mano en algún paseo campestre.

También el huevo hacía su aparición en el SUKIYAKI hirviéndolo por segundos en el jugo de las verduras y carnes del conocido potaje dotándolo de la sabrosa sorpresa que genera el huevo casi crudo al derramarse entre las piezas de carnes y verduras.
Ahora bien ( y esto es solo para conocedores) en días muy fríos y con el arroz muy caliente mi abuelo y mis tíos se servían una taza del delicioso arroz recién hecho y le volcaban un huevo crudo sazonandolo con unas gotas de shoju. Este platillo es simple y completamente adictivo.

Pero a pesar de esos deleitables recuerdos el primer lugar en mi memoria en la preferencia de mis comidas favoritas se lo adjudico al HUEVO FRITO en sus dos versiones clásicas : sobre un humeante plato de arroz blanco o entre las fauces de un crujiente pan francés. El sabor y el placer que surgen de la experiencia de devorar esos dos platos nos reconcilian con el mundo y nos hacen olvidar los demonios que impulsaron nuestro desenfreno sabatino y nuestro propósito de enmienda dominguero.
Pero eso si, el HUEVO FRITO tiene que ser hecho a la antigua con mucho aceite y al punto mas alto de su ebullición, ya que solo así obtendremos ese producto rebosante de sabor, hinchado por todas partes, jugoso en su interior con la yema amarilla cubierta de una fina película blanca que se haga agua en la boca y alimento en el alma
. Nada de teflones y poco aceite
no hagamos del huevo frito un producto de fast food.

Algunas veces pensé que entre todos los cocineros deberíamos hacer un concurso de quien hace el mejor huevo frito, pero luego decidí que cuando un producto es perfecto no existe ni mejor ni peor.
El huevo frito es perfecto.
El que no alcance su perfección no puede pretender ser cocinero.

OMAR FRANK MARUY

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